lunes, 28 de mayo de 2007

La matemática de los nombres

La idea se le ocurrió en una larga noche de insomnio, de esas en las que el cansancio y el hastío hacen que la mente funcione de una forma anómala. Estaba cambiando constantemente de canal; a esas horas no hay nada siquiera pasable en la televisión. En uno de los canales, el director de un importante periódico resumía su punto de vista acerca de alguna noticia reciente. El letrero sobreimpreso rezaba: “Rafael Nadal. Director de El Periódico de Cataluña”. Le resultó curioso descubrir que aquel hombre se llamaba igual que el famoso tenista. Y, de ahí a plantearse la pregunta, sólo había un pequeño paso. De entre las personas que comparten idéntico nombre, ¿cuántas habrá que, además, hayan alcanzado una cota de éxito digna de mención? Si realizáramos un estudio exhaustivo de la cuestión, podríamos determinar cuál es la combinación nombre-apellido idónea para el éxito. Y, yendo un paso más allá, sería posible incluso aprovechar este dato estadístico para propiciar que, dando un nombre y apellidos bien escogidos a un sujeto determinado (por ejemplo, un recién nacido), este cuente con una capacidad potencial de éxito mucho más alta que la del resto de sus congéneres.

Así empezó a tomar forma la teoría. Claro que, poco después, comenzaron a aflorar los escollos: había, antes que nada, que determinar de la forma más objetiva posible cuál sería la escala para ponderar el éxito de las personas. Rafael Nadal, el director de periódico, era sin duda un hombre importante y con una carrera laboral envidiable. No es arriesgado elucubrar sin embargo que el otro Rafael Nadal, el mundialmente famoso tenista, gozaba sin duda de mayor celebridad y éxito en casi todos los sentidos. ¿Cómo asignar cuantitativamente y de forma fiable el valor de esta variable? Finalmente decidió que habría que calibrar este aspecto dividiéndolo en categorías: éxitos laborales, financieros, artísticos... Podría así decidir cuál sería el nombre adecuado para tener una mayor probabilidad de éxito en cada uno de esos ámbitos.

Estaba, por otra parte, la dificultad para recabar información realista y actualizada de todas las personas que se llaman igual que otras, y sus respectivos éxitos vitales... Para solucionar esto, se le ocurrió que lanzaría una encuesta a través de internet, publicitándola todo lo que fuera necesario. También podía contratar a una consultora, así que este paso no resultaba muy problemático desde su punto de vista. Quizá incluso se atrevería a establecer una correlación entre nombres equivalentes en distintos idiomas. Eso seguro que contribuiría a una mayor fiabilidad de su estudio.

Mientras su teoría se concretaba más y más, no dejaba de plantearse nuevos matices que deberían ser tenidos en cuenta. Pensaba, por ejemplo, si debía incluir sólo a personas vivas o también, siendo más concienzudo, a todos los Rafael Nadal que en el mundo han sido. ¿Tendría en cuenta también a los que, a lo largo de su vida, decidieron cambiar de nombre? Ítem más, ¿deberían contar también los fracasos como puntuación negativa en su estadística?

Cuando el sueño le venció por fin, tan sólo había madurado una pequeña parte de la fórmula matemática que buscaba. Sin embargo, se quedó dormido pensando que, tarde o temprano, encontraría el nombre ideal para la persona ideal que quizá jamás existiría.