miércoles, 17 de septiembre de 2008

Porciones

Los cortaron en trozos diminutos, y estos a su vez en otros apenas ya visibles. Así fueron cortando sucesiva, fractalmente, porque la cuestión era averiguar qué pasaría cuando la infinitésima hoja superase en grosor a los propios fragmentos.

Resultó un experimento soberbio.

Nadie se detuvo a preocuparse por aquellas moléculas, sencillas y desvinculadas, que fueron a parar quién sabe adónde: desheredadas, solitarias, nulas.

lunes, 23 de junio de 2008

Expediente 2862

La sala de disecciones olía a miedo. Casi se podía respirar. Los experimentadores habían desenrollado ya unos setecientos metros de intimidades, y parecía quedar aún una cantidad equivalente en el interior de aquel individuo. Se miraban entre ellos en silencio, perplejos, condensando su escasa expresividad en los ojos agazapados tras las gafas de protección obligatorias, única parte del rostro que las mascarillas permitían ver. Y el temor que despierta siempre aquello que se desconoce, los convertía en un torpe manojo de latidos acelerados.

No existía ningún caso documentado con características siquiera similares. Era habitual que, durante el proceso de extracción, el sujeto desprendiera apenas doscientos metros, quizá cincuenta o, a lo sumo, sesenta más, de sus sentimientos y pensamientos más recónditos. Ninguno de ellos había participado en una extracción como esa. Y estaba claro que en los protocolos de clasificación no estaba previsto un volumen de información tan elevado. Iba a resultar arduo, desde luego.

Tras un buen rato de discusión -y no sin el desacuerdo del más veterano de ellos- decidieron que, pese a la dificultad que entrañaba afrontar la tarea sin ayuda alguna, debía ser uno solo quien lo hiciese. Era la única forma de obtener un resultado satisfactorio, pues había que dar coherencia a demasiada cantidad de datos como para elaborar seis informes paralelos, de seguro sesgados en alguna medida, y luego intentar unirlos en uno. De modo que establecieron por sorteo tan delicada responsabilidad y, una vez quedó asignada a un único encargado, el resto bajó a la cafetería para permitirle trabajar con sosiego. Iba a necesitarlo.



Apenas había transcurrido un par de horas. Un tremendo golpe interrumpió la conversación. Se miraron los unos a los otros y luego, a través de los ventanales, hacia el jardín. Reconocieron inmediatamente el cuerpo inmóvil, envuelto en una bata blanca, ensangrentado, inerte. “Os lo advertí. Y no quisísteis escucharme.”- dijo el más anciano de los cinco. “Nadie en su sano juicio lo hubiese soportado”.

“Es imposible llevar todo eso por dentro y querer seguir vivo...”


martes, 29 de abril de 2008

Biyectividades

¿Conoces esa sensación? Sí, claro que la conoces. Te hablo, por ejemplo, de cómo te posicionas cuando observas a los indigentes que te piden limosna al pasar junto a ellos, siempre que sales a caminar sin rumbo por las calles del centro. Espera. Se me ocurre un ejemplo mejor: la perspectiva que adoptas cada vez que vas al cine, a ver una de esas películas que cuentan historias dramáticas. Sí. Justo eso. Te encantan esas pelis, ¿verdad? Creo que te hacen sentir mejor persona. Terminan y tú sales a la calle, con los ojos enrojecidos y el alma hecha un guiñapo, sintiendo que tu dosis de conmiseración está cubierta ya por unos días. Y la miseria artificial, narrada, te hace relativizar la tuya propia.

¿Qué ocurre? ¿No quieres responderme? Deja que explique bien de lo que hablamos. Necesito que entiendas el verdadero significado de todo esto. Hay un eje de traslación imaginario. Tú te ubicas en el lugar opuesto al sufrimiento. Y te dedicas a verlo desde fuera, a desplegar tu lástima sabiendo que ese dolor te exime a ti del tuyo, que le ha tocado a otro, una vez más. Como si, en mitad de un tiroteo, hay alguien a tu lado que se desploma, muerto. Tu compasión tiene mucho más de alivio, porque esa bala ya no podrá matarte.

Y no entiendes que hay balas para todos.

Todo esto me va acercando a lo que quiero expresar desde un principio. Te pido que te esfuerces un poco, que recuerdes. Una vez discutimos. Yo sostenía que aquello no era un poema de Brecht, sino de Niemöller. Tú defendías en voz alta lo contrario y, para tus adentros, también que nunca vendrían a buscarte. Esa desgracia que siempre es la de otros.

Hasta el día de hoy, amigo mío.

He tenido que ser yo mismo quien lo haga, aunque eso carece de importancia. Lo único que tiene algún sentido ahora es que debes aprender esto, de una vez por todas. Porque no es cierto eso de que, al correr los años, la vida pone a cada uno en su lugar.

La lección de esta noche es la siguiente: el dolor es una función biyectiva. Y no depende del tiempo.

Ni mucho menos.

martes, 15 de enero de 2008

Culpables

Se marchó repentina, ciega y rota. Yo imaginé sus manos frías, a golpe de latido, quebrando el aire de la madrugada, grabando surcos de olvido en un ángulo absurdo y opuesto a lo real.
Las veredas de cuanto está ya premeditado se quebraron entonces. Fue una excepción y punto. Una excepción. Era preciosa y tuvo que marcharse, tan repentina y rota, como digo.
Sé también que no hubo jamás quien la escuchara, que todos la empujamos un poco, algunos demasiado, pero todos. Las huellas desde entonces trascienden el asfalto, inundando mis vísceras irreversiblemente. No hay una vuelta atrás en el camino, ni voces que se coman este silencio absurdo.

Únicamente eternos, pétreos arcángeles de mirada vacía, velando por la nada que se va haciendo tierra. Y una memoria hueca y fragmentada, que se ensucia sólo con pensarla.