lunes, 22 de enero de 2007

Un minuto y cuarenta segundos

Al fin y al cabo, no me debería costar tanto trabajo levantarme a las siete: llevo despierta desde no sé cuándo, constantemente de la cama al lavabo a vomitar, o dando vueltas sobre el colchón mientras busco una postura que mitigue un poco este maldito dolor de cabeza. Pasar el resto de la resaca haciendo cosas más productivas debería ayudar de alguna forma. Esa es la idea, al menos.

Cuando acabo tan mal, suelo dejarme las bragas para dormir. Si me acuesto sobria duermo desnuda. Sabiendo que voy a pasarme la noche yendo y viniendo del tigre, me resulta más cómodo llevar algo de ropa. Ella también lo prefiere. No entiendo bien por qué le molesta que duerma en pelotas, ni tampoco que ella no lo haga jamás. Pero es que a las mujeres no hay quien las comprenda.

Qué dolor de cabeza. Vaya mierda. Ya debe ser casi la hora: no compensa dormirse cuando dentro de nada hay que estar en planta.

Suena el despertador. Maldito día.

Ya estoy en pie. Vuelvo al cuarto de baño.

Miro el espejo y me dedico la primera y la última sonrisa.

Escupo en el lavabo. Feliz cumpleaños.

jueves, 18 de enero de 2007

Finales

Ella empezó por rascarse el remolino que su pelo formaba a la altura de la nuca. Ese simiesco gesto no tenía, visto desde fuera, nada de intelectual, pese a ser fruto del estado reflexivo en el que andaba sumida.
La opción de cortarse las venas le parecía horrible y, ante todo, sucia como pocas. La idea de ser encontrada en el suelo, en mitad de un charco enorme de sangre -quizás aún caliente- enmarcando su lividez, chocaba con los principios fundamentales de cualquier buen esteta. Estaba, claro, el envenenamiento. Pero sabía que resultaría especialmente doloroso. Nadie se cree esa promesa de que todo ocurrirá sin que apenas te des cuenta: en realidad era probable que, poco antes de fallecer, sintiera como un fuego recorriendo sus venas, los ojos bullendo dentro de sus cuencas...nada agradable, ciertamente.
Descartadas las armas de fuego -pretendía un suicido irónicamente desprovisto de violencia- puede que no quedara más que la baza de arrojarse desde el acantilado en el que tantas veces se había planteado esta misma pregunta, la que ahora removía tantas indecisiones...

...En esto estaba ella cuando, sin haber tenido siquiera el tiempo suficiente para asimilar lo absurdo de aquel final extraño, vio aproximarse -nítido, inevitable, enorme- a través de las cristaleras de la planta ochentaydos, el morro de un avión de pasajeros...

martes, 16 de enero de 2007

Las preocupaciones de un padre de familia

"Algunos dicen que la palabra «odradek» precede del esloveno, y sobre esta base tratan de establecer su etimología. Otros, en cambio, creen que es de origen alemán, con alguna influencia del esloveno. Pero la incertidumbre de ambos supuestos despierta la sospecha de que ninguno de los dos sea correcto, sobre todo porque no ayudan a determinar el sentido de esa palabra.
Como es lógico, nadie se preocuparía por semejante investigación si no fuera porque existe realmente un ser llamado Odradek. A primera vista tiene el aspecto de un carrete de hilo en forma de estrella plana. Parece cubierto de hilo, pero más bien se trata de pedazos de hilo, de los tipos y colores más diversos, anudados o apelmazados entre sí. Pero no es únicamente un carrete de hilo, pues de su centro emerge un pequeño palito, al que está fijado otro, en ángulo recto. Con ayuda de este último, por un lado, y con una especie de prolongación que tiene uno de los radios, por el otro, el conjunto puede sostenerse como sobre dos patas.
Uno siente la tentación de creer que esta criatura tuvo, tiempo atrás, una figura más razonable y que ahora está rota. Pero éste no parece ser el caso; al menos, no encuentro ningún indicio de ello; en ninguna parte se ven huellas de añadidos o de puntas de rotura que pudieran darnos una pista en ese sentido; aunque el conjunto es absurdo, parece completo en sí. Y no es posible dar más detalles, porque Odradek es muy movedizo y no se deja atrapar.
Habita alternativamente bajo la techumbre, en escalera, en los pasillos y en el zaguán. A veces no se deja ver durante varios meses, como si se hubiese ido a otras casas, pero siempre vuelve a la nuestra. A veces, cuando uno sale por la puerta y lo descubre arrimado a la baranda, al pie de la escalera, entran ganas de hablar con él. No se le hacen preguntas difíciles, desde luego, porque, como es tan pequeño, uno lo trata como si fuera un niño.
-¿Cómo te llamas? -le pregunto.
-Odradek -me contesta.
-¿Y dónde vives?
-Domicilio indeterminado -dice y se ríe. Es una risa como la que se podría producir si no se tuvieran pulmones. Suena como el crujido de hojas secas, y con ella suele concluir la conversación. A veces ni siquiera contesta y permanece tan callado como la madera de la que parece hecho.
En vano me pregunto qué será de él. ¿Acaso puede morir? Todo lo que muere debe haber tenido alguna razón be ser, alguna clase de actividad que lo ha desgastado. Y éste no es el caso de Odradek. ¿Acaso rodará algún día por la escalera, arrastrando unos hilos ante los pies de mis hijos y de los hijos de mis hijos? No parece que haga mal a nadie; pero casi me resulta dolorosa la idea de que me pueda sobrevivir. "
Franz Kafka