lunes, 22 de enero de 2007

Un minuto y cuarenta segundos

Al fin y al cabo, no me debería costar tanto trabajo levantarme a las siete: llevo despierta desde no sé cuándo, constantemente de la cama al lavabo a vomitar, o dando vueltas sobre el colchón mientras busco una postura que mitigue un poco este maldito dolor de cabeza. Pasar el resto de la resaca haciendo cosas más productivas debería ayudar de alguna forma. Esa es la idea, al menos.

Cuando acabo tan mal, suelo dejarme las bragas para dormir. Si me acuesto sobria duermo desnuda. Sabiendo que voy a pasarme la noche yendo y viniendo del tigre, me resulta más cómodo llevar algo de ropa. Ella también lo prefiere. No entiendo bien por qué le molesta que duerma en pelotas, ni tampoco que ella no lo haga jamás. Pero es que a las mujeres no hay quien las comprenda.

Qué dolor de cabeza. Vaya mierda. Ya debe ser casi la hora: no compensa dormirse cuando dentro de nada hay que estar en planta.

Suena el despertador. Maldito día.

Ya estoy en pie. Vuelvo al cuarto de baño.

Miro el espejo y me dedico la primera y la última sonrisa.

Escupo en el lavabo. Feliz cumpleaños.

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