miércoles, 21 de marzo de 2007

Nadie

Puede decirse que todo empezó el día del atraco: ser encañonado con un arma de fuego mientras un indeseable hijo de puta te roba todo lo que llevas encima no contribuye precisamente a que ames al prójimo ni a esta mierda de sociedad que nos ha tocado en suerte. Pero eso fue sólo el comienzo. Poco a poco vas descubriendo que, en realidad, no necesitas salir a la calle para casi nada. Simplemente con una conexión a internet, un teléfono y una tele con dvd, alguien que apenas tiene amigos y cuya familia dejó de existir años atrás, no echa de menos la luz del sol ni los espacios abiertos. Comida a domicilio, compras a domicilio, médicos a domicilio -si llegase el caso- y alguna que otra visita, no más de cuatro o cinco personas al año. Incluso las prostitutas y las drogas se pueden conseguir sin moverte de casa. De modo que, tras un par de meses así, las cosas parecen volverse normales, y ya no te preguntas qué pensarán de ti los vecinos o por qué en las líneas de atención al usuario nunca responde dos veces la misma voz al otro lado del teléfono.
Se necesita, claro está, una fuente de ingresos económicos. habrá quien tenga una herencia multimillonaria o un golpe de suerte en los juegos de azar. O uno de esos teletrabajos en los que los informes van y vienen vía e-mail. Pero la mejor de las soluciones es, sin lugar a dudas, una pensión vitalicia de las que concede la administración pública para compensar las miserias de una vida como discapacitado. En ese sentido, me atrevo a decir que fue una suerte aquel disparo, la noche del atraco. El informe del cirujano indicaba claramente que la bala había atravesado el abdomen sin causar demasiados destrozos, para quedar alojada en la columna vertebral. Daños permanentes en la médula. Largos meses de hospital: sábanas limpias, comida insípida, paredes blancas y dolorosos ejercicios a diario que no consiguieron rehabilitar nada. Fue como un entrenamiento, una preparación para el encierro voluntario. Parece horrible calificar algo así como un golpe de suerte. Pero, a la vista de los resultados, quizá fue lo mejor que me ha pasado nunca.

Así que, cuando vuelvas (si es que vuelves algún día), no lo hagas para hacerme compañía, ni para preguntar si necesito algo. No me uses para reconciliarte con tu estúpido dios inexistente, o para mantener limpia tu conciencia. No me hace falta ayuda para desenvolverme, ni me apetece nunca hablar con nadie.

Definitivamente, tengo aquí todo lo que necesito.

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