lunes, 23 de junio de 2008

Expediente 2862

La sala de disecciones olía a miedo. Casi se podía respirar. Los experimentadores habían desenrollado ya unos setecientos metros de intimidades, y parecía quedar aún una cantidad equivalente en el interior de aquel individuo. Se miraban entre ellos en silencio, perplejos, condensando su escasa expresividad en los ojos agazapados tras las gafas de protección obligatorias, única parte del rostro que las mascarillas permitían ver. Y el temor que despierta siempre aquello que se desconoce, los convertía en un torpe manojo de latidos acelerados.

No existía ningún caso documentado con características siquiera similares. Era habitual que, durante el proceso de extracción, el sujeto desprendiera apenas doscientos metros, quizá cincuenta o, a lo sumo, sesenta más, de sus sentimientos y pensamientos más recónditos. Ninguno de ellos había participado en una extracción como esa. Y estaba claro que en los protocolos de clasificación no estaba previsto un volumen de información tan elevado. Iba a resultar arduo, desde luego.

Tras un buen rato de discusión -y no sin el desacuerdo del más veterano de ellos- decidieron que, pese a la dificultad que entrañaba afrontar la tarea sin ayuda alguna, debía ser uno solo quien lo hiciese. Era la única forma de obtener un resultado satisfactorio, pues había que dar coherencia a demasiada cantidad de datos como para elaborar seis informes paralelos, de seguro sesgados en alguna medida, y luego intentar unirlos en uno. De modo que establecieron por sorteo tan delicada responsabilidad y, una vez quedó asignada a un único encargado, el resto bajó a la cafetería para permitirle trabajar con sosiego. Iba a necesitarlo.



Apenas había transcurrido un par de horas. Un tremendo golpe interrumpió la conversación. Se miraron los unos a los otros y luego, a través de los ventanales, hacia el jardín. Reconocieron inmediatamente el cuerpo inmóvil, envuelto en una bata blanca, ensangrentado, inerte. “Os lo advertí. Y no quisísteis escucharme.”- dijo el más anciano de los cinco. “Nadie en su sano juicio lo hubiese soportado”.

“Es imposible llevar todo eso por dentro y querer seguir vivo...”


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